Los baños de las escuelas son, en su mayoría, lugares feos, sucios, con olor a orina, con escrituras obscenas en puertas y paredes, como lo comento en este otro post. En general no tienen espejos (evitemos los accidentes, diría cualquier supervisor escolar), las puertas no cierran (evitemos que algún niño se quede encerrado, diría otro burócrata) y el olor a orina que flota en el aire, le da a esta experiencia un toque intenso.
Cualquier artista posmoderno estaría en su salsa al visitar estos espacios que tranquilamente podría convertir en obras de arte. Con solo asomarse a los inodoros, podría observar lápices flotando sobre el agua turbia o rollos de papel higiénico a punto de zozobrar en un mar de azufre… sin duda alguna, piezas dignas para un museo.
Mas no nos quedemos aquí, sigamos el recorrido… de un extremo a otro podremos ver grafitis y escrituras que se adecuan a todos los paladares ortográficos (menos a aquellos que hagan gala de una escritura correcta).
EN ESTE SITIO cualquier adulto bien podría hacer un estudio sociológico. Las frases más prohibidas se encuentran aquí: aquellas relacionadas con el odio a ciertos docentes, otras que apelan al sexo (en un sentido pornográfico, carente por supuesto de cualquier sentido figurado o erótico), otras que tienen la pretensión de dejar una huella personal de forma permanente en el espacio (yo estuve aquí ¡no me borren!, quiero que todos me vean PARA SIEMPRE).
Y el baño, el toilette, es un espacio, en estas nuevas generaciones, en donde el celular, privado de su libertad en el resto de la institución, encuentra aquí su posibilidad de existir.
Niños y niñas saben que este espacio es suyo, no porque lo hayan ganado, sino porque reconocen que es el lugar de lo privado, el lugar al que los docentes nunca accederían salvo por una situación de EXTREMA GRAVEDAD.
Es así que los estudiantes, aunque sea en un reducido espacio ¡han alcanzado su libertad, fuera de la mirada opresora del adulto!; saben que el límite de los retos y llamados de atención, sólo podrá alcanzar como máximo, la puerta de entrada (cual si fuera una aduana que se podrá atravesar si se cumple la condición excluyente de ser niño).
Y sí, en el baño NO SÓLO se va a cumplir con el llamado de la naturaleza; se va para transgredir, para manifestar enojos, para contar cosas prohibidas o que escandalizarían a cualquier mayor con un poco de recato y sentido pedagógico.
Los adultos tenemos un afán muy controlador; nos cuesta permitir o tolerar espacios en donde las infancias estén ocultas (aunque sea por breves instantes) de nuestra mirada. En todo momento queremos saber qué es lo que están haciendo nuestros hijos. Pobres padres modernos, no sobrevivirían en la era pre-celular. ¿Cómo podrían controlar a sus hijos sin comunicarse todo el tiempo con ellos?
Y muchos lectores, escandalizados de estas nuevas infancias transgresoras e irrespetuosas dirían: -antes, EN MI ÉPOCA, los chicos no hacíamos estas cosas.
¿NO LAS HACÍAMOS? ¿Y la casita en el árbol? ¿Y el bunker bajo la mesa (delimitado por sábanas a modo de paredes) que marcaba una frontera inviolable?
Las épocas cambian, los chicos también lo hacen pero hay ritos, hay formas de ser y de estar que trascienden el tiempo y el espacio… y es allí donde nuestros niños buscan su lugar, su modo de dejar huella en el mundo… quizás, el único espacio de libertad que les queda a las nuevas generaciones, en esta era postmoderna, sea en el baño de las escuelas.