Animate a enseñar de una manera única…
Animate a disfrazarte de payaso, a dar todo de vos, a ser auténtico con los chicos…
Animate a dejar una huella…
Animate a visitar a sus familias para saber cómo viven su infancia y para que ellos vean que su vida te preocupa.
Animate a recibir a tus alumnos cada día con una sonrisa.
Hablales de lo maravilloso del mundo y de la vida, no didactices todo.
Contales de tus pesares y tus alegrías, para que vean que vos también sos un ser humano.
Mostrales que la escuela es un buen lugar para estar.
Mostrales que se pierden de mucho si no van.
Y actuar así, implica un riesgo…
Riesgo de que otros no te entiendan (o se pongan celosos por su propia mediocridad)…
Riesgo de que los padres te juzguen y se basen en lo superficial…
Riesgo de querer tanto a la docencia y a tus alumnos, de ser un adicto a tu trabajo.
Y ese riesgo existe y es real. Es el que todas las personas que deciden generar un impacto profundo en la vida de otros, deciden asumir.
¿Y vas a ganar algo con todo esto?
Seguramente no vas a tener más riquezas materiales.
Seguramente vas a lograr el odio de algunas familias, porque pondrás en evidencia sus carencias.
Seguramente hasta seas más pobre, porque no te va a importar invertir de tu bolsillo lo que haga falta para sacar a ese grupo adelante….
Y tu tiempo… simplemente no existirá, porque estarás largas horas pensando en cómo lograr un cambio significativo en la vida de esas pequeñas personitas.
Y después de todo esto, habrá muchos que piensen… y entonces ¿vale la pena ser docente?
Cuando pasen los años y mires hacia atrás y veas que aquellos niños a los que decidiste ayudar con todas tus fuerzas, hoy son buenas personas, sinceras, honestas, amables….
Cuando veas que esos chicos hoy viven una vida digna gracias a todas las enseñanzas que les inculcaste…
Cuando veas que esos niños, que hoy son quienes toman decisiones en este mundo, se preocupan por los demás; es en ese momento en que realmente tomarás conciencia que ¡valió la pena!