Hace algún tiempo tuve oportunidad de visitar una escuela privada “diferente”, en la ciudad de Buenos Aires. La visita tenía como propósito conocer un colegio que había sido diseñado y construido teniendo en cuenta a los niños. A modo de ejemplo, enumero algunas de sus características:
- Las aulas tenían luces que se podían regular en cuanto a su intensidad. De esta manera se evitaba que a los más pequeños les afectara la luz artificial, especialmente durante las primeras horas de la mañana.
- Las escaleras tenían rellanos con pisos translúcidos. Esto permitía ver a quienes se encontraban debajo, facilitando numerosas interacciones.
- Los salones de clase estaban interconectados, para que los maestros pudieran abrir las puertas y así disponer de un espacio grande, que pudiera ser compartido.
- Los muebles, los baños, los bancos de clase, todos estaban adaptados en forma, función y material, a la edad de los alumnos.
Sin embargo, lo realmente curioso (y paradójico) comenzó cuando observamos de qué manera los docentes habían puesto su impronta en este espacio. En todas las aulas se encontraban carteles y mapas pertenecientes a la editorial que había patrocinado la instalación de los proyectores para los salones. Las puertas de comunicación entre un grado y otro, habían sido clausuradas “simbólicamente” por los maestros, colocando afiches que impedían su apertura. Finalmente, la sala de profesores, que tenía un hermoso ventanal que daba al pasillo, había sido tapada con una cortina. Así se evitaba la vista hacia el interior.
Es así que la infraestructura puesta al servicio de una ideología, había sido rápidamente opacada y desestimada por otra ideología, mucho más fuerte, la de la escuela tradicional.
Las nuevas ideas son automáticamente ignoradas, porque representan cambio, movilidad, desestabilización. Una parte de la comunidad educativa prefiere la estabilidad, lo conocido, aunque todos sepan que no funciona.
Les cuento otra historia: una arquitecta que conozco, que diseña espacios educativos públicos y privados, un día tuvo una idea genial. Dicha idea, que concretó tiempo después en una escuela primaria del Estado, consistió en diseñar un relieve en una pared del patio. Éste, por efecto de la luz del Sol, proyectaba una sombra con forma de una flor (esto ocurría cada día, durante algunos minutos). ¿Cómo termina esta historia? No tiene un final feliz. Cierto día vino un funcionario municipal y pintó todo de blanco porque la pared estaba toda sucia. Fin de la historia, fin del juego, fin de la estética.
En nuestro querido país, y basándome en las escuelas públicas en las que he tenido oportunidad de trabajar, puedo arriesgar algunas conclusiones:
- Que al Estado parece preocuparle únicamente que las escuelas no se caigan a pedazos (y a veces ni siquiera lo logra). Pensar en lo estético, en que una institución sea agradable, pensada para los niños que allí concurren, parece una banalidad y un desperdicio de recursos.
- Se construyen todas las escuelas con el mismo molde: son todas iguales. Aulas más, aulas menos, patios más grandes o más pequeños pero lo esencial, no cambia. No se ve creatividad, diseño, apuesta por la innovación. En un punto resulta deprimente que antes de entrar a una escuela, uno sepa perfectamente qué es lo que se va a encontrar.
- Se caen los techos, no hay agua en los baños, faltan mesas, no hay suficientes vacantes. El Estado intenta dar solución a estas problemáticas urgentes, año tras año, década tras década. Por supuesto que estar siempre detrás de lo urgente, nunca deja lugar para lo importante, para lo estético, para lo bello.
- El hecho de que la escuela sea obligatoria puede llevar a muchos a pensar que no hay ninguna necesidad de construir un espacio “que invite a entrar y a quedarse”. Total, los alumnos tienen que asistir de todos modos.
Imágenes que dan cuenta de la situación de las escuelas públicas😢
Ahora bien, ¿Qué hacer?
Más allá de la situación económica o política, creo que este es un problema de índole cultural e ideológica. Es la escuela tradicional mostrándose en todo su esplendor y eclipsando a docentes, directivos, padres, funcionarios, arquitectos. Todos ellos entienden la escuela del mismo modo: es por eso que desde hace 200 años sigue sin cambiar sustancialmente.
No creo que diseñar un espacio educativo innovador sea necesariamente más costoso, en términos monetarios, que ejecutar un proyecto de corte más tradicional.
Es más, el mobiliario del aula, podría ser mucho más atractivo (e igualmente funcional), si quienes tienen la concesión para la fabricación de los mismos, tuvieran una visión un poco más amplia. Las clásicas mesas rectangulares podrían ser reemplazadas por bancos circulares, que invitaran a compartir y a trabajar en equipo.
¿Dónde está hoy el cambio posible?
Está en los maestros que tienen ganas de cambiar las cosas, está en los directivos que se animan a pensar de un modo creativo (y se arriesgan), está en los padres que quieren un mejor futuro para los hijos, está en las cooperadoras escolares que gestionan eficazmente lo poco que reciben. Ahí está la posibilidad, el germen de algo nuevo.
Les dejo una imagen que muestra que, en algunas escuelas primarias, algunas cosas van siendo posibles. En este caso, gracias a la mentalidad abierta de un grupo de padres de la Asociación Cooperadora:
