Voy a contarles una historia verídica que tuvo lugar hace un par de años en una de las escuelas en las que trabajé. Por ese entonces era maestro de segundo grado y tenía a mi cargo un grupo de veintisiete niños.
La directora nos había encargado a todos los maestros que les dijéramos a los chicos que dibujaran en una hoja canson, algunos motivos relacionados con el patrono de la escuela (era un colegio parroquial). Estaba permitido utilizar marcadores, témperas, plasticolas de color, etc.
El párroco, quien fue el que tuvo esta idea, pensó esta actividad como una competencia, para premiar los mejores dibujos de cada grado. El maestro sería el encargado de llevar a cabo una votación entre los alumnos para hallar al ganador.
Llegó el día esperado. Algunos de mis alumnos habían traído además de lo pedido, materiales (como rollos de papel higiénico y cajas) para salir del plano y realizar una representación con volumen. No les dije que no, ya que valoré que hubieran tenido dicha idea.
Otros chicos me preguntaron si podían hacer su trabajo en parejas, ya que querían combinar sus ideas. Les dije que sí.
La hora fue pasando: los chicos desplegaron toda su creatividad, compartieron los útiles de trabajo, algunos hicieron intervenciones en la hoja del compañero. Al terminaron todos expusieron sus trabajos sobre la mesa.
En ese momento entró la directora con un anotador, lista para registrar al “ganador” de esa competencia. Los chicos se miraron, sin entender qué era lo que estaba pasando.
Entonces les expliqué que había que elegir el “mejor” y le pedí a la directora que volviera en un rato. Hicimos las votaciones y como era de esperar, cada uno eligió el suyo, salvo un grupito de tres niños que eran amigos y determinaron que el de uno de ellos era el mejor. Ese fue el trabajo que terminó siendo premiado (ganador por tres votos). Todos los demás estudiantes recibieron un premio consuelo.
Y se preguntarán qué sucedió con los niños que hicieron la escultura en 3D…. bueno, ellos no entraron en esta categoría y se los ubicó en una categoría aparte en la cual eran los únicos participantes. Y nunca recibieron ningún premio.
A partir de ese momento, los chicos llegaron a una conclusión: que había que empezar a competir para ser mejor que los demás.
Esta anécdota me deja pensando varias cuestiones:
❓ Si nosotros nos encontramos en serios problemas para determinar si una obra artística es mejor que otra (¿En qué sentido?) ¿Cómo podemos pretender que los chicos puedan hacer una votación? ¿con qué criterios?
❓ ¿Por qué desde tan corta edad empezamos a fomentar la competencia entre los niños y la necesidad de establecer mejores y peores?
❓ ¿Cómo puede ser que todavía no hayamos entendido que los niños pequeños son egocéntricos (al igual que muchos adultos) y lógicamente van a pensar que su trabajo es el mejor?
Empecemos a pensar qué actitudes queremos que desarrollen los chicos: si preferimos que compitan y se eliminen unos a otros o si por el contrario, nos interesa que desarrollen la empatía, la cooperación y la consideración por el otro.
Y vos, querido lector ¿Qué pensás?