Este año tomé una decisión: que los niños sean los protagonistas de la clase. Y los resultados son tan prometedores que difícilmente vuelva al modelo de clase tradicional, en donde el docente habla y los chicos se limitan a escuchar y prestar atención.
Para lograr empoderar a los niños con este protagonismo es fundamental escucharlos abiertamente y entender qué es lo que están queriendo decir. Y esa escucha se hace con el oído y con el corazón.
El proceso se produce muy lentamente. En un comienzo sólo los niños que siempre hablan, son los que se animan a participar. Sin embargo, de a poco empiezan a surgir otras voces, las que siempre están calladas, aquellas que uno sabe que tienen mucho para decir pero también mucho miedo en expresarse.
Y no es cuestión simplemente de pedir a los que hablan mucho, que dejen de hacerlo para dar lugar a otros. Ojalá fuera tan fácil. Porque se les puede pedir, pero eso no garantiza en lo más mínimo que estas voces tímidas vayan a surgir, ya que no es la falta de oportunidad en la interacción grupal lo que hace que no hablen, sino una gran inseguridad.
Cuando esa inseguridad, ese miedo se va desdibujando, el niño comienza poco a poco a levantar la mano y competir con los otros en el turno de la palabra. Recién en este momento es cuando el docente podrá intervenir y asignar un orden de participación, contemplando las intervenciones de todos.
Sin embargo todo esto requiere de un marco de confianza dentro del grupo y de un docente que confíe plenamente en los alumnos y que sepa que un niño no viene con/ sin el chip del habla sino que es una característica que puede desarrollar o inhibir.
Una estrategia que resulta sumamente motivadora consiste en premiar a todo el grupo (de modo simbólico) cuando un niño tímido logra exponerse y emitir su opinión. Esto tiene un doble beneficio: el alumno ve que sus aportes son reconocidos por el maestro y además aumenta su cuota de popularidad dentro del grupo. Esto genera un “círculo de autoestima” ya que el chico participará cada vez más con el objetivo de seguir recibiendo esta cuota de confianza.
Otro tema que tiene que ver con la participación es la referida al tipo de intervenciones que hace el docente y que refuerzan o inhabilitan ciertos modos de ser y relacionarse:
Para lograr un refuerzo positivo, el docente tiene que valorar a nivel individual y grupal, los logros diarios. En general se da por supuesto que lo normal es el buen comportamiento y el trabajo en forma organizada, por ese motivo no se lo valora de manera explícita. Sin embargo, cuando el caos reina (gritos, peleas, pérdida de útiles, incapacidad de concentrarse, etc), ahí sí hay una explicitación clara por parte del docente, quien considera necesario volver a la “normalidad” (¿según quién?) utilizando todo el aparato represivo todas las herramientas a su alcance (notas a las familias, amenaza con quita del recreo, gritos, etc).
Para cerrar, quiero comentar algo que tiene que ver con los tipos de intervenciones que habitualmente hacemos desde nuestro rol. Al respecto, sería interesante replantearnos que nunca deberíamos decirle a un niño que su comentario está fuera de lugar, que está mal lo que está diciendo, que no corresponde, “que cómo puede ser que diga lo que diga y que no esté escuchando”; porque esa es la manera en la que el niño perderá rápidamente su interés, sus ganas de participar, su entusiasmo, su alegría.
Un niño es sensible, tierno, las palabras lo lastiman, incluso los matices, las inflexiones de la voz lo dañan. Hay que ser muy cuidadoso con lo que uno dice y el modo de decirlo.
Existen formas amables de decir las cosas, de sugerir a otros que dejen participar o que guarden en su memoria el comentario que iban a decir para expresarlo en el momento adecuado.
Siempre termino pensando lo mismo: si a las clases fueran adultos, ¿nos comportaríamos de la misma manera? ¿Les gritaríamos? ¿Los haríamos quedar mal? Creo que eso no sucedería porque tenemos incorporada una etiqueta social respecto al modo de tratar a la “gente grande”…. ¿por qué con los niños esa etiqueta pareciera que no tiene vigencia? ¿No merecen el mismo tipo de respeto y consideración?
Para pensar…