Multiplicar vínculos, no sólo números

Reflexiones cotidianas sobre enseñar con cercanía

Introducción

Hoy me gustaría compartir una experiencia muy simple que repito cada mañana con mis estudiantes: tomarles las tablas de multiplicar antes de que ingresen al aula.
No te preocupes, no voy a centrarme en los beneficios cognitivos, las conexiones neuronales ni en la importancia de automatizar el cálculo mental. Ese será tema para otro momento. En esta oportunidad, me interesa hablar de lo humano, del vínculo, de esas pequeñas rutinas que, sin hacer mucho ruido, transforman la relación entre docentes y estudiantes.

La estrategia cotidiana

Todos los días, antes de comenzar la jornada escolar, hago formar a los chicos en fila frente al aula. Los saludo uno por uno, les doy la mano, les pregunto cómo están y, después, les tomo una tabla de multiplicar. Así de sencillo.

Sí, ya sé que para algunos puede sonar forzado o innecesario. Y entiendo que a esa hora —sobre todo en el turno mañana— muchos están con sueño, cansados, y lo último que quieren es pensar en cuentas. Pero con el tiempo, esta pequeña rutina fue generando algo más: una cercanía, un código compartido, una forma distinta de iniciar el día.

Este momento también permite que los chicos entren al aula de manera más tranquila, sin ese efecto “malón” de todos juntos. Es una transición amable entre el hogar y la escuela.

Variantes para no aburrir

Claro que no se trata de repetir siempre lo mismo. Sería aburrido para ellos… y también para mí. Por eso, fui incorporando distintas variantes:

  • En algunas oportunidades, escondía un caramelo en una mano y les preguntaba en cuál estaba. Si acertaban, se salvaban de decir las tablas.
  • En los cumpleaños, el regalo era no tomarles la lección.
  • Algunos días proponía “tablas grupales”: si un estudiante respondía correctamente una tabla más difícil que la que hubiera preguntado en forma individual, todos entraban. Eso sí, se reconocía al alumno con un fuerte aplauso. Y si ninguno la podía contestar, les tomaba dos a cada uno. Así, el juego se volvía más interesante.

También les doy, según el día, la posibilidad de elegir si quieren una tabla fácil o difícil. E incluso adapto el nivel según lo que sé que pueden manejar. A quienes dominan bien las tablas, no los subestimo: les propongo multiplicaciones más complejas como 12 x 7 o 23 x 6. Es una forma de confiar en su capacidad y seguir desafiándolos.

Flexibilidad, siempre

Ser flexible también es parte del trabajo. A veces, aunque sea el día de las tablas grupales, hay dos o tres estudiantes que quieren decir la tabla de forma individual. Y me parece perfecto. No siempre son los que más saben, pero sí los que se sienten motivados por el desafío. Y eso, para mí, tiene un valor enorme.

De hecho, suelo tener un pequeño grupo de “fanáticos” que siempre quiere ir por más. Me piden multiplicaciones difíciles y, como a veces tardan en resolverlas, los invito a pasar al aula, pensarlas tranquilos y luego darme la respuesta. Todo tiene su ritmo.

Anécdotas que se cuelan

Hay escenas que ya se volvieron parte del folklore de este ejercicio. Por ejemplo, estar dando una clase de Ciencias Sociales sobre un tema de historia y, de repente, uno gritar “¡540!” a viva voz. Obviamente, era la respuesta a una tabla que yo le había preguntado al comenzar el día. A veces me toma un buen rato recordar qué cuenta le había hecho y corroborar si la respuesta es correcta. Pero prefiero eso a dar un “sí” rápido por salir del paso. La honestidad intelectual es, también, parte del ejemplo que quiero transmitir.

Humor, espontaneidad y ese “no sé qué”

Lo que más me gusta de todo esto es la frescura que se genera. Como cuando les digo “los primeros cinco tienen las más difíciles”, y automáticamente todos se van al fondo. O cuando anuncio que serán las más fáciles, y se pelean por estar primeros.

Me divierte ver cómo miran al techo, buscando la respuesta. Incluso les hago chistes del tipo: “¿Está escrito ahí arriba? Porque yo no lo veo”. O cómo algunos empiezan a calcular frenéticamente con los dedos, mientras otros intentan soplar las respuestas desde adentro del aula. Hay algo lúdico en todo eso que no quiero perder.

Confieso algo más (no lo difundan): en una de las escuelas, les dije que si entraban antes que yo al aula, se salvaban de decir las tablas. Desde entonces, al sonar el timbre, corren para ganarme. Y yo, que soy el adulto maduro y responsable… atajo camino para llegar primero. A veces me ganan, en buena ley. Y cuando no, bueno… ¡tabla!

Nivelar para arriba

Algo que no quiero dejar de mencionar es que, cuando un grupo ya domina bien las tablas, se puede empezar a exigir un poco más. Por ejemplo, establecer un tiempo límite: “Cinco segundos para responder o vas al fondo”. Así, con una consigna simple, se activa la competencia sana. Eso sí: si veo que un estudiante no logra responder, le doy una tabla más fácil. La idea no es generar frustración, sino darles una razón para seguir practicando.

Una variante muy interesante consiste en darles el resultado y pedirles que me digan a qué tabla corresponde. Por ejemplo, decirles “9” y que respondan “3 x 3”. Es otro tipo de razonamiento que vale la pena explorar.

Cierre

Espero que esta experiencia te haya resultado interesante. Para mí, poder compartir estas vivencias cotidianas es un placer.

Si sos docente, tal vez te lleves alguna idea para probar con tus estudiantes. Si sos mamá, papá o familiar de algún niño en edad escolar, me encantaría saber qué pensás de todo esto. Y si no tenés ningún vínculo con la escuela en este momento, ojalá este texto haya despertado algún recuerdo de tu infancia.

Te leo en los comentarios. ¡Hasta la próxima!

¡Para seguir conectados!

¿Escuchaste el capítulo del Podcast “El profe Hora”, en donde hablo de este tema? Si no es así, te invito a escucharlo cliqueando en el audio

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