Típica situación: los niños se acercan al lugar donde está el maestro para plantearle una situación conflictiva que tuvo lugar minutos antes. Entre ellos se gritan, no se escuchan ni escuchan lo que el docente tiene para decirles al respecto. A veces se comienzan a agredir verbalmente e incluso físicamente pese a que el adulto esté presente.
Por otra parte también hay casos de alumnos que se acercan al maestro pero sin que quede claro por qué lo hacen ya que no interrumpen la discusión cuando se acercan a él y a los pocos segundos, deciden irse nuevamente para seguir solos la disputa.
¿Cómo solemos actuar los maestros?
Los docentes en general intervenimos inmediatamente para darle un corte rápido y efectivo a la situación o porque tenemos demasiadas ocupaciones y emergentes dentro de la escuela que no nos permiten profundizar en ninguno de los asuntos en los que nos vemos involucrados. Nuestras intervenciones se limitan a escuchar a cada una de las partes (los tiempos y el contexto escolar impiden que esta escucha sea superior a uno o dos minutos en total) y finalmente, aún sin entender lo que verdaderamente ocurrió, les proponemos que se pidan disculpas como modo de dar por finalizado el conflicto. Finalmente y si la situación no es muy compleja (por ejemplo cuando del problema participa un grupo de niños y todos tienen algo para decir), logramos hacer una reflexión breve con cada uno para que tome conciencia de cuál fue su participación en el conflicto y qué podría hacer a futuro para que esta situación no se repita.
Lo que suele suceder en estos casos, es que los chicos no reconocen interiormente su equivocación ya que su necesidad de tener razón es más fuerte que la posibilidad de ponerse en el lugar del otro y de asumir el error (por otra parte, esto es más que normal siendo que los chicos, al igual que muchos adultos, se comportan de un modo altamente egocéntrico). La conclusión que se deriva de esto es que llegan a pedir disculpas únicamente porque los maestros los presionamos para ello pero no hay una garantía de que el conflicto se haya solucionado verdaderamente.
¿De qué otro modo podríamos pensar el conflicto?
Muchas veces pensamos que trabajar (y solucionar) TODOS los conflictos que suceden en un grupo de alumnos pueda parecerse a una misión para el agente 007, dada la realidad escolar que nos atraviesa, los tiempos tiranos, la falta de espacios y momentos propicios.
Sin embargo, el problema consiste en considerar a las situaciones como individuales.
Debemos ser capaces de entender que un niño que en forma frecuente tiene conflictos con uno o más compañeros, no lo hace por una situación puntual sino por una historia previa con esas personas; es decir, el caso puntual que genera la controversia entre las partes es el detonante (y no el causante) de una situación de malestar anterior.

Por tal motivo es fundamental ir más allá del problema concreto (ya que hoy puede ser una pelea por un útil escolar que se rompió y mañana, por una mala palabra que se dijo, las causas son infinitas) y tomarse el tiempo para conversar con los chicos sobre los conflictos en general.
Sin embargo, esto no quiere decir que no haya que ocuparse de la situación puntual
De hecho, es fundamental hacerlo para canalizar las angustias de los niños y llevarlos a la reflexión. En el próximo apartado propondremos un modo posible de hacerlo.
¿Qué estrategia metodológica sería la más adecuada?
Durante esta instancia, es clave que el docente guarde completo silencio, incluso cuando los intercambios de palabras entre ellos sean acusatorios (siempre y cuando no se llegue a la agresión física y/ o verbal).
Es clave que el conflicto no se aborde en el momento en que ocurrió sino que se deje pasar un tiempo (por ejemplo, hasta el próximo recreo). ¿Por qué? Porque los chicos necesitan (al igual que los adultos), tranquilizarse, calmarse, pensar las cosas y distanciarse un poco de las emociones.
Si se puede buscar un lugar especial para conversar dentro de la institución, sumará un plus ya que le otorgará un carácter de mayor trascendencia y significatividad a dicho momento.
La reunión puede comenzar pidiéndoles a los alumnos que hablen, que digan todo lo que se tienen para decir respecto a lo que aconteció. Suele suceder que en un comienzo estén callados (depende mucho de la edad y de las características personales de cada uno) y que, a partir de la intervención de uno de ellos, comience un ping pong de acusaciones recíprocas en donde ninguno de los dos reconozca su error. Luego de un tiempo razonable (diez a quince minutos), será el docente quien irá sistematizando lo que cada uno dijo y sobre todo, apelando a sus sentimientos y emociones. Preguntas tales como: ¿Cómo te sentiste con lo que dijo Margarita? ¿Cuál pensás que fue tu error? ¿Qué estás pensando en este momento, sobre esto que está pasando?
Una vez llegado este punto, sería un gran error forzarlos a pedirse disculpas ya que debe nacer de ellos la necesidad. Es más fructífero decirles: ¿Qué solución podemos encontrar? ¿Cómo lo resolvemos? Y es posible que no surja de ellos ninguna respuesta ni alternativa, en cuyo caso lo más interesante es proponerles que lo sigan pensando y que va a haber un nuevo encuentro para seguir evaluando estos aspectos.
Estos encuentros son sumamente positivos, porque permiten que los chicos se liberen interiormente de sus angustias y manifiesten lo que les pasa. Suele pasar que en estas instancias de diálogo, los niños pasen del enojo al llanto, del llanto a la reflexión y de la reflexión a la toma de conciencia.Seguramente muchos de ustedes, queridos lectores, podrían decir que es mucho tiempo dedicado solamente a un par de chicos. Tendrían razónen cuanto a esto pero deberían considerar también que un estudiante que logra hacer un cambio profundo en sus actitudes y en su modo de vinculación con los otros, va a ser un niño que en un futuro va a protagonizar o intervenir en mucha menor medida en conflictos posteriores que se susciten.