Transformar la escuela tradicional

Voy a comenzar este relato describiendo una situación que a muchos de ustedes les resultará familiar (cualquier parecido con la realidad NO es una coincidencia):
 
Esta situación transcurre en una escuela X, calificada como “tradicional”, que pone el énfasis en la memorización, en la repetición de conceptos, en el trabajo basado en el libro y las fotocopias; en donde la actividad primordial consiste en resolver cientos de actividades similares. Las tareas suelen ser de aplicación de lo visto en clase.
 
En cuanto a la disciplina, en esta escuela los niños forman perfectamente alineados al ingresar; dicha actitud la repiten en los traslados hacia o desde el aula. Las filas están diferenciadas por sexo y para ingresar a los salones, los niños ingresan en forma ordenada y dejando pasar primero a las nenas.
 
En las aulas reina el silencio, los alumnos se sientan mirando hacia al frente. Las clases son expositivas, el docente explica, pregunta si hay dudas. Luego se hacen ejercicios de aplicación.
Días después se evalúa lo trabajado y se establece un sistema de calificaciones que premia a los que alcanzaron los contenidos esperados y castiga a los que, por distintas razones, no pudieron llegar.
Podría seguir describiendo esta escuela, si bien no lo considero necesario ya que creo que estas características que responden, como se dijo antes, a la escuela tradicional, han calado hondo en nuestras mentes y corazones.
 
Por otro lado, en esta situación que planteo, todos los maestros de esta institución X, han tenido la oportunidad de recibir una capacitación intensa en torno a nuevas pedagogías, nuevos modos de enseñar, de concebir el rol del niño, la disciplina, entre otros. Así, han estudiado durante mucho tiempo y este conocimiento los ha impactado de tal modo de querer dar vuelta la escuela patas para arriba.
 
Han decidido comenzar a trabajar por proyectos, mezclar grupos por afinidades, eliminando el sistema graduado; han considerado un nuevo modo de concebir los recreos, la disciplina, la forma de enseñar.
 
Se han puesto de acuerdo en todo, por primera vez en su historia. Y los directivos se han sumado.
 
Todo está listo para el cambio.
 
Sin embargo, llegan a la escuela y nada sucede, ningún cambio acontece…
 
Las clases siguen su curso…
Los niños continúan formados…
La clase expositiva sigue más expositiva que nunca….
Y ese impulso, que comenzó siendo un huracán se torna un viento suave, una brisa, la nada.
La tormenta ha pasado. La escuela no se ha movido ni un ápice, sus raíces son firmes.
Y aquí es donde cabe preguntarse ¿Por qué el cambio no tuvo lugar?
Para seguir pensando en esta dirección, te dejo otro interrogante:
 
¿No te da la impresión que pareciera que una institución educativa tiene vida propia?
 
Puede sonar a locura, pero a veces no somos del todo conscientes que la gran transformación educativa no necesita más que la voluntad de cambio de todas las personas que en ella trabajan.
Las instituciones educativas transmiten un poder, el poder de lo instituido y de su historia que hacen que pensar siquiera en la desestabilización de sus bases, se convierta en un sacrilegio.
 
Y vos… ¿te animás a cambiar las cosas desde sus bases?
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